14.11.06

El árbol Dios (Aldiaur Ainatar)

Es probable que el solo nombre de este post desconcierte pero no por eso voy a aclarar las cosas desde un principio, sino que más bien, voy a dejar que discurran tal como el saltarín arroyo que atraviesa el bosque y cuyas aguas se usan en la taberna para elaborar cerveza.

Si uno sale de la taberna con la intención de movilizar la herrumbrada osamenta, como todo hombre con sentido común, debe partir con las primeras luces del alba si su destino es algún pico de las montañas tras el bosque. Sin duda uno de los mejores días para hacer esto es el siguiente a uno donde la naturaleza se haya apaciguado luego de derramar al cielo sobre la tierra y bramar en forma de luz y truenos.

Es en extremo común (sobre todo si uno se distrae fácilmente o se pone a desmenuzar los problemas de la vida con el cuchillo de la razón y la balanza del sentido común) encontrarse luego de un rato de caminata en algún lugar al cual no se tenían intenciones de llegar al principio del viaje. Si la suerte acompaña, existe la posibilidad de encontrar perdido en el corazón del bosque, un prado enlomado y cubierto de fino pasto. Sin embargo la sorpresa mayor es un árbol en el medio del lugar. Al señalar su ubicación, me refiero a una cualidad visual del paisaje que no es de orden métrica, sino más bien una especie de juego con el que la naturaleza se deleita, y que consiste en recrear la belleza aparentemente caótica, pero que en realidad termina siendo una complejísima distribución reflejo de un acto no atado al tiempo.

Ahora bien, el árbol en cuestión posee algunas cualidades “raras”. Tras recorrerlo con la mirada durante un buen rato, el sentimiento de majestuosidad lo embarga a uno, la vista se regocija en pleno con la monumental y austera figura. Cuando uno se cansa de encontrar tanto detalle deleitable, uno puede descubrir un recoveco de pasto y raíces nudosas y poderosas, conjunto que inevitablemente invita a ser usado a modo de sillón cuya comodidad no tiene nada que envidiar al ningún trono imperial.

En fin, solo basta acomodarse plenamente para disfrutar el simple hecho de que aunque el mundo cambiare de forma, aquellas poderosas raíces no se moverán, su sombra será siempre apacible y su copa seguro refugio. Al final del viaje solo queda la sensación de una indestructible paz, el descanso necesario de la vida en sociedad y un cuerpo renovado gracias a una oportuna siesta mecido por el arrullo de las aves y la suave brisa que remolca navíos de nubes por el cielo azul de una tarde de otoño.