Otra vez el aroma de las flores de Nardo. Esta casa es terca, me dijo mientras aspiraba fuerte.
Quise preguntarle a donde había partido. Pero antes de que se movieran mis labios, me comentó que sentía, como ahora, que la casa se resistía a la ausencia de su señora. El era su administrador, el Jardinero reparaba los daños, pero la casa no les era sumisa. De vez en cuando, de maneras misteriosas, aparecía algo que, cargado de memorias, se convertía en el combustible de una melancolía que desordenaba, cual duende irlandés, parte del orden que los otros dos se encargaban de ir procurando. Por suerte, me comentó, el Jardinero suele encargarse de esas cosas. Él sabrá qué hacer con ellas, se repitió a sí mismo en un tono casi inaudible.
Mi amigo prendió un cigarrillo y aspiró. Cómo le enojaba que fumara , comentó en una sonrisa cansada, mirando hacia el techo, como si pudiera penetrarlo y llegar a las nubes.
Miré la mesa del comedor. De madera oscura y robusta, era como el símbolo de la fortaleza que deberían tener las cosas destinadas a ser centro. Sobre la superficie había una mancha negra. Cuando le presté más atención, se reveló como una quemadura. Me acerqué y pasé los dedos sobre la cicatriz. Todavía quedaba hollín. Fueron los días del fin, interrumpió lacónicamente distrayendo la mirada hacia el combado ventanal que miraba a la calle.
Muchas amarguras juntas, mucho dolor ensimismado, muchos desencuentros. Todo mezclado con nuestros orgullos y dudas, reconoció mientras soltaba su cuerpo en el sofá y extendía el horizonte de su vista hacia el jardín.
Los recuerdos son como las personas que visitan la Taberna , comentó sin apartar la mirada de la ventana. Uno tiene que ser cortés como nuestro amigo tabernero y recibirlos a todos. Algunos te harán reír con sus historias, otros sólo quieren discutir con uno sobre errores y aciertos del pasado, algunos aparecen con las marcas de los momentos difíciles grabadas en sus rostros y sólo quieren desahogarse conversando. Entran, cuentan lo suyo y se van. Cuando te acostumbras a ellos, hasta les tomas cariño. Pero nunca dejes entrar a la loca de tu imaginación, pues será ella quien te susurrará al oído lo que no podrás saber, la que puede desfigurar los rostros de tus memorias, logrando que al final ni siquiera reconozcas a tus amigos. Mantenla alejada y podrás seguir convidando cerveza a las cansadas gargantas que pasen por tu vida y serás feliz.