7.8.14

Un hogar, otra vez


Y en el largo discurrir de los días, todos diferentes, esa casa solitaria fue cambiando. Una silenciosa quietud que había arraigado en cada pared  con el paso del tiempo, fue tapando todos los recuerdos de viejos habitantes y sus historias personales. Este era más o menos el estado de la casa cuando su nueva inquilina toco intempestivamente  a la puerta de entrada.

Y ese fue el primer detalle de su carácter: un exigente torbellino que forzó a la cansada vivienda a despertar de su distraído letargo . Era todo un espectáculo verla caminar de aquí para allá, removiendo polvo y hojas secas con tenacidad, de cada puerta, de cada ventana. Quien piense que sólo una limpieza frenética basta para mejorar todo , no entiende nada. Pero es una muy buena manera de mostrar a la vieja estructura  quien manda ahora. 

La nueva dueña siguió avanzando en el hogar, tal vez con menos fuerza, pero ahora la animaba un creciente ardor en su pecho, alimentado por ese hogar que le regalaba sabores vivaces en la cocina, cantos matutinos en la ventana del patio interior y apretujados abrazos con la colcha junto a la chimenea del living.

Porque el amor era, y es, mutuo. La casa, cada vez más hogar, encontró un profundo y siempre nuevo deleite en la risa alegre de su dueña, a la que divertía con sus estanterías viejas y sus escalones ruidosos. Y ella reía con gracia, iluminando hasta los rincones oscuros con sus ojos rebosantes de celeste y dorado.

Y fue cambiando, no más pasado, no más futuro, solo el placer de un presente en el que su dueña se pasea pensando en mil cosas a la vez, planes para mejorar el mundo, anhelos de amor eterno, niños que reirán correteándose entre los recovecos y esas pequeñas inseguridades que  a veces la hacen titubear. Y todo la observa ir y venir, a veces ordenando con sus brazos, a veces en placidos sueños, a veces llorando acurrucada porque ha peleado con alguna rebeldía del hogar. Y la casa la conoce, aún en sus miserias , que pocas o muchas, no tienen espacio en este relato, porque hay amor.

Hoy la casa se siente un castillo que guarda y protege a su reina, su tesoro y su musa , y no hay dragón que amedrente, ni un poquito. Así de valiente es la casa ahora. Porque ya sabe, su dueña la hace hogar, y juntos se hacen mejores.