Cualquier lugar tranquilo invita a disfrutarse. El tabernero y su esposa (otra pareja envidiable, y mas que la anterior porque esta ultima es bastante perceptible) han criado a base de tiempo y esfuerzo, un bonito jardín en la vera del bosque, encerrado entre el mundo humano y el de los faunos y driades. Esta frontera de dos mundos que conviven, es uno de los sitios más frecuentes donde Paz y Reflexión suelen aparecerse, danzando en alegre y rápida sinfonía, mecidos por las brisas del bosque y el rocio de las madrugadas. En fin, una vez que son observadas, solo les queda regalarse al cansado que llega buscándolos.
De los regalos que uno puede recibir, creo que este es de los más preciados, ya que este matrimonio se ha escondido de las ciudades y sus locuras y ruidos y egos y soledades; pero a veces visitan tumbas o jardines o parques y plazas regalando sus dones a quien los anhela. Sin embargo son esquivas, por lo que hay que desearlas para que escuchen al corazón abrumado que ruega sediento.
Ahora bien, una vez que entran, generalmente la primera en darse es Paz, la cual acalla todo murmullo en el alma y aquieta las aguas de los deseos y pasiones para que el señor de su vida, Reflexión, entre y se hospede. Si Paz es una esposa atenta y servil, su esposo no lo es menos y la llena de gracias, porque sabe que a el le es imposible por esencia lograr el silencio del corazón que necesita para regalarse. No pueden vivir uno sin otro. Nunca lo harán.
El regalo del señor no es menos importante que el de su dama. Trae consigo la Voz, aquella que es necesario oír. La que siempre estuvo, la que nunca se fue, la del consejo justo. Aquella que reclama, no como un cobrador, sino como un padre amoroso que solo busca darse y agotarse en favor de los corazones. Sin embargo su tono es bajo, casi en confidencia, y debemos saber que podría ser una voz tonante como antaño lo fue, pero que ya la historia fue cambiada y el trueque realizado (cambio injusto porque no dimos nada y recibimos todo). Ahora habla en silencio.
Lo que nos dice, no es de cualidad auditiva, sino que mas bien se graba a fuego en nuestro ser, lo invade todo, todo lo cambia, nos desarma y arma a voluntad, nada es como antes porque lo escrito es imborrable, no hay marca que se le compare. Pero no es agresivo sino que por el contrario es dulce, más que un cariño maternal, mas que una mirada cuando éramos niños y nos agarraban de la mano para socorrernos o alejarnos del peligro, como un abrazo poderoso pero que no daña. Nada queda por hacer frente a la Verdad, solo deja dos opciones claras. Solo dos. Una buena y una mala. La mala es el origen de este escrito. El negar. Cuando la verdad se conoce, esta no deja remedio, obliga; no como un carcelero feroz, sino como un amor desmedido, que llena y rellena todo. No hay nada que no quede envuelto en su agua fría, esa que puede doler, pero que cura.
En fin, el corazón humano es algo caprichoso, egoísta, pasional y posesivo. Pero es bueno, solo que fue emborrachado en el elixir falso del non serviam, y ese gusto no se olvida, nunca hasta el fin de nuestras vidas, y tal vez incluso más allá, donde reina lo eterno. Cuando el corazón no quiere, destruye. Y la verdad puede ser un yugo muy pesado para un corazón que no tiene riendas, tan pesado que obliga a matar. La Verdad es muy rara, porque es frágil pero al mismo tiempo eterna, escapa a nuestra voluntad en su pequeñez aparente, como una flor que tiene por raíz una montaña. Sin embargo se nos dio poder para ahorcarla e intenta ahogarla, poder sentir como sus respiraciones ceden a nuestros dedos clavados en una piel suave y prístina como la nieve. Y nos gusta hacer sufrir, y matar es un extraño placer, de esos que se pueden disfrutar en cualquier momento, cuando nos plazca. Se puede sentir e incluso oler la sangre borboteando en la garganta de la ínfima niña, la cual sin embargo no llora, ni siquiera muestra un atisbo de odio u horror en sus labios y sus ojos. Solo nos mira, compasivamente, mientras nuestro rostro se transfigura, si tal cosa es posible entre los mortales, en lo que podemos ser: bestias. Un dantesco animal disfrazado de hombre que recorre el mundo llevado por su pétreo y carbonado corazón, el cual ya quedo atado a sus volutas pasiones. Eso podemos ser, regodearnos en la sangre de lo puro, bañarnos en su inocencia. Y eso queremos porque nos hace mas fácil el camino, el transito en este valle de lagrimas y espinas. Nos cubrimos en un férreo manto de egos, aislados de sufrir. Y a cambio de tanto dolor, solo recibimos una caricia en la mejilla, la niña Verdad nos mira. Y es insoportable.
Así nos paseamos por el mundo, en nuestro traje de horror, entre miles de otros trajes que heden a miedo y angustia, dejando tras su paso una negrura toxica pero adictiva, que nos quema la garganta con sus vapores. Pero a nuestro corazón le agrada. Y así agregamos capas de mortandad y desesperación a nuestra vida, creyendo vanamente que el olor es pasajero, que a la vuelta de aquella esquina cercana, a 5 pasos de distancia, esta el Edén. Pero la ilusión se evapora como el alcohol y solo deja vacío y mas negrura que acumulamos en nuestra espalda para pegarnos un poco mas al suelo y dejar de ver las nubes y el sol. Y el mundo se hace gris porque todo pierde su sabor, y creemos estar en Mordor, pero no es un libro. Es real. Y nosotros somos Saurones, y todo lo derruimos a ceniza porque queremos. Ese es nuestro poder, el gigantesco don que no sabemos usar sin la niña. Pero el corazón ya nos domina, y una vez que prueba la sangre de la inocente con sus fauces, queda cebado para siempre.
Sin embargo la niña no puede morir. Es eterna. Y ahí, en el fondo del abismo de nuestras negras pasiones, en ese pútrido calabozo que construimos con el hollín que chorrea nuestro negro corazón, la encerramos. Pero aun con el cuerpo molido y llagado, canta. Y es dulce su canto como el de todas las niñas que juegan divertidas, o el de los ruiseñores de mil colores que se alborotan al sol de la primera mañana primaveral. Y esa melodía nos come, pues agita las palabras grabadas, y las insufla de su ser, y la carne duele, porque nos hace concientes de que no podemos ser felices lejos de la Verdad.
Es decisión nuestra y solo nuestra amordazar a la bestia cebada, clavarla en un (no deja de ser nuestra al fin y al cabo) para que se amanse y se reconvierta en un verdadero corazón, pues solo este es capaz de increíbles proezas y de amar hasta el fin, para eso fue hecho al principio del mundo. Solo así liberaremos a la dadora de libertad, la Verdad.
El jardín esta fresco pues el tabernero acaba de regar. Otra vez el búho, que ahora esta mas gordo y no se porque, me mira como escrudiñando, tratando de leer lo que ha sido grabado en mi. Y se siente bien cuando la brisa del norte despeja los colores ocultos de un manzano en flor. El mundo no es gris, solo nosotros queremos que así sea de vez en cuando. El búho ulula tranquilamente, me mira y emprende vuelo, seguramente tras algún ratoncillo de campo. La felicidad fue hecha para los que puedan clavar su corazón en el poste. Para el resto el camino al tangible Mordor ya comenzó. Es agradable ser verdaderamente libre.