25.4.08

Hoy te vi (acerca de la sorpresa)

Hay pocas emociones que se pueden comparar a las que produce una sorpresa, eso que uno no espera; ¡y que sin embargo ahí está!, a la espera de poder colarse furtivamente en nuestro camino, como si desde el comienzo del tiempo la cita no esperada hubiera sido planeada, lo que es a todas mis luces lo más probable.
El instante de contacto entre la realidad individual sumergida en sí misma con la sorpresa, sea la que sea, es un instante único. No vale la pena hablar de aquellas sorpresas negativas que lamentablemente tanto abundan y cualquier ser pensante, con algo de estima por sí mismo, prefiere aquellas que le dan alegría. Muchas veces las buenas sorpresas logran introducir este último estado de cosas interior en cada uno de nosotros.

Volviendo el quid de este relato a ese momento sorpresivo, se puede recordar con facilidad el sabor del mismo, ya que sin ser algo que se deguste, deja una sensación bastante saboreable a la derecha del pecho, un suave pero patente golpe en las fibras del corazón. Es la naturaleza de una buena sorpresa el impactarnos y descolocarnos a tal punto que instantes después no tenemos muchas nociones de porque reaccionamos como lo hacemos, seguramente al encontrarnos en una situación completamente extraña a nuestro estado pre-sorpresa. Por un corto momento la emoción toma el control de nuestros cuerpos para zarandearnos de nuestra cómoda y racional posición, transportándonos a un mundo donde reinan las osadías más disparatadas. La sensación que nos llena el pecho es la de una insana necesidad de conquistar lo que se nos ponga enfrente, vencer al Goliat de turno, trepar el más infernal de los montes entinieblados, en fin, lo que sea con tal de mantener al objeto de nuestra sorpresa.

Es curioso como cuando el efecto de la sorpresa pasa, cuando este objeto de nuestro repentino deseo vuelve a su posición en el mundo real, nos sorprendemos gratamente de nuestro arrebato. Nos causa alegría y placer traspasar ese umbral que ordinariamente mantiene el equilibrio normal de nuestros asuntos. Es un gusto involuntario y de los más sabrosos, que gracias a Dios todavía nadie puede arrebatarnos.